La formación de ciudadanos: utopías y realidades
Bibiana Vélez Medina
Rectora Delegataria (e) Universidad La Gran Colombia
Editora Revista Sophia Educación
(viceacad@ugca.edu.co).
En las sociedades contemporáneas la educación se debate entre tensiones e ironías que aún no ha sabido conciliar: mientras, de un lado promete libertad, felicidad, progreso o igualdad; de otro lado, gracias a las presiones del mercado laboral, termina negociando estas utopías y esperanzas, en aras de cumplir con la formación para la burocracia, el disciplinamiento y la competitividad.
En el marco de estos contrasentidos, cobra importancia la reflexión sobre la responsabilidad que tiene la educación de enseñar los valores humanos y la ciudadanía para sostener el sistema democrático en las sociedades abiertas; sin embargo, la discusión debe contemplar que, nuestro aparato educativo, también ha sido cómplice del falso moralismo de la democracia moderna, en la que, según Chomsky, lo democrático queda reducido a: “Un sistema de gobierno en el que ciertos elementos de la élite, que se apoyan en la comunidad comercial, controlan el Estado mediante el dominio de la sociedad privada, mientras que la población observa en silencio” (Chomsky, 2007: 7).
En términos generales, nuestra academia enseña a resolver la paradoja disminuyendo el valor político de la formación ciudadana al simple ejercicio electoral de unos líderes que, en teoría, “representarán los intereses del pueblo”. Por eso organiza votaciones y elige representantes estudiantiles sin dotarlos de herramientas para actuar y decidir; al mismo tiempo que insiste en clases de democracia y ciudadanía acerca de la importancia de la participación social para el avance de las naciones. Sin embargo, si la escuela fuera en realidad democrática, no sería necesario reiterar con clases magistrales sobre la importancia de la ciudadanía, bastarían acciones y conductas ancladas en un modus operandi que de forma natural, transmita una cultura de vida comprometida con los desafíos y crisis de la comunidad.
Ahora bien, también es necesario mencionar que, en nuestro sistema democrático, la participación ciudadana ha sido una falacia bien promocionada, pues en realidad, solo un grupo reducido de personas ejecutan y toman las decisiones que mueven los hilos del poder, económicos e ideológicos de toda una nación y que, son difundidos con triunfalismo por los principales canales de comunicación, entre ellos, por supuesto, la escuela. Cada cierto tiempo, la sociedad activa tiene la posibilidad de participar en la elección de algunos líderes, pero, como diría Chomsky: “Una vez han aprobado a este o aquel miembro de la clase especializada, deben retirarse y convertirse de nuevo en espectadores” (Chomsky, 2007: 7).
Habría que anotar además que, cualquier líder del sistema social y político teme al fantasma de las formas de emancipación y que por todos los medios, busca sostenerse a partir de levantar un manto de resignación por el presente, acompañado con promesas futuras de desarrollo y progreso para todos. No obstante, la desconfianza generalizada es un enemigo latente de estas formas falsas de democracia participativa.
Heredera de la modernidad industrializada y como un anexo a las asignaturas disciplinares, la democracia en la academia se traduce en términos de “competencias” e “indicadores” al mejor estilo de una verificación industrializada de habilidades. El problema es que la ciudadanía no es una competencia común, pues va más allá de un esquema conceptual que se resuelva con teorías, siendo un asunto relacionado con despertar la consciencia de ser un sujeto político. No es una cuestión de prédicas o de sufragios electorales, implica una transformación del ser que no se suple con cátedras o competencias tradicionales. Es triste admitir que, bajo los parámetros actuales que orientan la formación ciudadana y que pretenden extenderse con sistemas como el de Educación Terciaria, este tipo de responsabilidades han quedado al mismo nivel de cualquier otra formación técnica o científica. Los estudiantes pasan de una práctica de laboratorio a una cátedra de ética y todo ello no conduce sino a la acumulación de horas y créditos académicos, hasta la obtención de un título técnico o profesional.
Podríamos inferir que el tipo de humanidad formado a partir de la educación en las sociedades del consumo y la exclusión económica, dista mucho de una verdadera civilidad. Deberíamos reconocer que nuestra sociedad crece en deshumanización, mientras se afianza en:
• Una vida rutinaria que exige mayor velocidad, liquidez y liviandad.
• Un acentuado egoísmo e individualismo que acrecienta la barbarie como especie.
• El amor por el consumo que promete felicidad, pero que en realidad homogeniza al comprador y frustra al que no podrá acceder.
• Un desdén por el conocimiento que no es práctico o utilitario, al que se tilda de innecesario, vago y sin sentido.
• Una lucha perdida entre la competitividad y la ética.
Para Chomsky (2007), la clase gobernante ha impuesto este tipo de tarea antidemocrática a la educación, a la vez que recompensa a los maestros para que difundan el imaginario de la academia como espacio en donde se enseñan los valores para la civilidad. Así se espera del docente la responsabilidad de un: “funcionario pagado por el Estado” (Chomsky, 2007: 11), a quien se exige por supuesto un compromiso con la: “Reproducción ética, social, política y económica, diseñada para moldear a los estudiantes a imagen de la sociedad dominante”. (Chomsky, 2007: 11). En efecto, hace parte de la instrucción técnica para la inserción en el mercado laboral, aquella formación humanista y democrática que hoy se practica en amplios sectores de la academia. Una educación en la que se moldea a los sujetos de una manera tal, que terminan avalando con el silencio las estructuras de poder sin cuestionar sus implicaciones, pues se privilegia el enfoque instrumental y acumulativo, mientras que poco se promueve la capacidad de leer críticamente los hechos del mundo. Aseguran Macedo y Chomsky (2007) que nuestra sociedad ha permitido la influencia de las grandes corporaciones para que traduzcan las metas de la educación en fines pragmáticos del mercado y por tanto se forma a los estudiantes para que sean trabajadores sumisos, consumidores ansiosos y ciudadanos pasivos. Queda entonces una gran tarea pendiente para una educación que en realidad, con honestidad y transparencia, quiera apostar por la formación de sujetos políticos.
Referencias bibliográficas
Chomsky, N. (2007). La (des)educación. Barcelona: Crítica.